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Feismo y paisaje rural en Galicia

17 Nov Feismo y paisaje rural en Galicia

Fonte: El blog de José Fariña


Cuando hablo del paisaje de Galicia con otros compañeros no gallegos (arquitectos, urbanistas, paisajistas) y se me escapa la palabra “feísmo” me miran desconcertados y, normalmente, me la hacen repetir. ¿Pero de qué me hablas? Sé que lo que viene a continuación es una larga explicación por mi parte, que no siempre llega a buen puerto a menos que pueda enseñarles un par de fotos. Lo cierto es que, como tantas cosas en Galicia, incluso con las fotos y la larga explicación, la realidad de nuestra tierra a veces es difícil de entender para el que no es de este país. Les resulta incomprensible que sean gallegas la mitad de las entidades de población de España cuando su superficie no llega al 6% del total nacional, que sea la parroquia la verdadera unidad territorial sin ser el gallego particularmente más religioso que el andaluz o el vasco, o que el conocido “por min, que chova” (que se suele ver como sumisión) sea un acto de rebeldía. El que, además, exista un concepto ¿arquitectónico? ¿urbanístico? ¿decorativo? llamado “feísmo” aplicado al paisaje ya supera su capacidad de intentar ponerse en nuestro lugar.

Esta foto resume todos los tópicos del feísmo rural
O Barco de Valdeorras, Rubén Vizcaíno en La Voz

De todas formas no creo que el feísmo, en su acepción extensiva, sea algo exclusivo de Galicia. Feísmo hay en todos los sitios. Aunque en otros territorios no parece que sea algo endémico y propio de su realidad profunda. Sobre todo si se trata de feísmo en el paisaje rural. Aunque se entiende que debe ser algo relacionado con lo feo, lo primero que debería de haber hecho era tratar de explicar qué era eso del feísmo. Dada la dificultad del tema espero que, al final del artículo, se pueda entrever algo. Desde luego el concepto no coincide con la definición del diccionario de la RAE en su única acepción: “m. Tendencia artística o literaria que valora estéticamente lo feo”. Pienso (y trataré de razonarlo) que se trata justamente de lo contrario, de la ausencia de valoración estética, o de la consideración del carácter secundario de esta valoración respecto a otras derivadas de la economía, la utilidad o la eficiencia. Digamos que se trataría de un movimiento contrario a toda la educación estética de arquitectos, urbanistas, artistas o diseñadores en general. Y, por tanto, de complicado encaje en sus criterios. La cuestión, lejos de ser anecdótica, ha producido ya (que yo conozca) por lo menos un Congreso, dos Foros y múltiples Jornadas y charlas relacionadas con el tema.

Uno de los foros del feísmo ya celebrados  difusora

Cuando pensé en escribir este artículo (hace más de un año), lo deseché de inmediato. Las dificultades de explicar un tema básicamente autóctono y la escasa aplicabilidad de las posibles conclusiones me lo desaconsejaron. Sin embargo, la reciente propuesta contenida en la nueva Ley del Suelo gallega que su gobierno pretende llevar al Parlamento en el verano de 2015 le dio un giro interesante al tema y, de alguna manera, lo hizo más universal. Voy a empezar por el final. Es decir, por la propuesta de la nueva ley que, en definitiva, pretende acometer parte del “problema” del feísmo gallego e intentar resolverlo. ¿A qué no adivináis de qué forma?: mediante multas de hasta 25.000 euros y posibilitando la ejecución subsidiaria por parte de la Administración para terminar las obras (supuestamente inacabadas, luego trataremos el tema) y pasando la factura al propietario. Para poder entender este complicado escenario no me queda más remedio, ahora sí, que explicar de una vez en qué consiste eso del “feísmo gallego”. Y lo primero que hay que decir es que la mayor parte de los conocedores del tema piensan que la palabra no es adecuada y no describe correctamente el fenómeno.

El paisaje no existe sin miradas  Jorge en Flickr

Los lectores de este blog y mis alumnos saben perfectamente que el paisaje, entendido como constructo estético, tiene que ver con una actitud. El paisaje aparece cuando alguien “mira”. El hecho de ponerse en actitud contemplativa es fundamental para entenderlo. El paisaje no existe si no existen miradas. Y, por supuesto, para que existan miradas tiene que existir alguien que mire. Pero, además, la mirada tiene que ser contemplativa, estética. En caso de que esto no ocurra sólo tenemos “objetos” en un territorio. O territorio. Este planteamiento es fundamental para entender el feísmo “gallego”. Recalco ahora la palabra “gallego” porque algunos especialistas en el tema engloban en el feísmo casi todo, incluidas arquitecturas de autor deleznables, urbanizaciones especulativas y operaciones de rehabilitación incomprensibles. Pero esto no es lo propio del feísmo gallego. En todo caso se viene a sumar al feísmo general y lo podemos encontrar en Barcelona, en Madrid, en la Costa del Sol, en las nuevas ciudades parisinas o inglesas, en Vigo o en Santiago.

Villa somier, imagen simbólica del feísmo rural gallego, Covas, Viveiro
“¡Eu si quero feísmo na miña paisaxe!”  Erogare

El feísmo gallego tiene una base rural evidente, aunque no todo es rural. Con un concepto laxo de lo que es rural, eso sí, y en cuya explicación no puedo entrar ahora. Eso no quiere decir que no se produzca también y casi por contagio, en zonas más urbanas o, incluso, en áreas históricas. El urbanita normalmente ve “el campo” como ese lugar donde se pasean los pollos crudos (según expresión de Julio Cortázar) y, por tanto, no como un escenario vital. Una plaza en su ciudad sí, es básicamente un escenario vital, y por tanto tiende a mirarla desde un punto de vista funcional, de confort o de seguridad. Y en una medida muy escasa como un lugar bello. Tiene que volverse turista, es decir voyeur, para apreciar la belleza de un sitio como algo prioritario. El problema del feísmo gallego no está en la mirada de sus habitantes que entienden el campo como su escenario vital. El problema está en la mirada de los urbanitas, acostumbrados a valorar el campo exclusivamente desde el punto de vista estético.

Hórreo “reciclado” en A Pastoriza  Marta Fernández en La Voz

Voy a intentar fundamentar esta postura analizando el feísmo como un conjunto de procesos que se producen a la vez. Me gustaría destacar dos. El primero, básico en cualquier sociedad rural (la que vive del campo, en parte o en su totalidad), es la utilización de materiales autóctonos. Los materiales autóctonos tradicionales, tales como la piedra y la madera, se siguen utilizando. Sin embargo, el rural se ha ido llenando de otros materiales antrópicos y ajenos al lugar que vienen de las ciudades y que, poco a poco, van ocupado más espacio en “el campo”. Un urbanita los tira al contenedor de basuras o al punto limpio. La sociedad rural los reutiliza. Y, a veces, de forma muy ingeniosa. Nos reímos (o por lo menos, esbozamos una sonrisa) cuando vemos fotos de ceniceros hechos con extintores, cerramientos de fincas con somieres o puertas con restos de carteles publicitarios. Pero, en el fondo, sabemos que nos están dando una lección de sostenibilidad. Y que eso es más racional que llevar la lavadora a un punto limpio, para que alguien la lleve a un vertedero, la entierre y ya no sirva para nada. De la lavadora vieja los «feístas» reutilizan el tambor, la carcasa, las gomas y hasta la tapa.

Foto de mi tesis doctoral, Nión, Bergantiños

Y esto no es de ahora. Cuando hice la tesis y me recorrí buena parte de la Galicia profunda tomando notas y haciendo fotos, ya observé tejados en que parte de la techumbre era de fibrocemento. Que algunas chimeneas ya no se hacían de piedra o ladrillo sino que se usaban tubos metálicos. Y que los somieres eran cerramientos perfectos y baratos. Inocente de mí (era muy joven) le llamaba al fenómeno “transculturación”. Según el diccionario de la RAE la palabra sólo tiene una acepción: “f. Recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias”. Fui incapaz de darme cuenta de que, en realidad, se trataba del proceso inverso al que pensaba. El rural gallego estaba adaptando materiales que venían de otros lugares a su cultura. En caso de no existir en su forma reciclada (y, por tanto, cumpliendo otras funciones) tanto la lavadora como el somier, o las señales publicitarias, los urbanitas que paseamos por el campo estaríamos más tranquilos porque nuestra mirada estética encajaría con la del mundo rural tradicional gallego basada en el granito, la teja, la madera, o la pizarra.

Hablando de transculturación… hórreo con placas solares y
bomba de calor en A Fraga, Moaña  Federico Suárez en La Voz

Ahora tendría que explicar la diferencia entre mundo rural, sociedad rural y cultura rural pero lo voy a dejar para otro día. Sobre todo porque el mundo rural y la cultura rural ya han desaparecido prácticamente en nuestro país. Queda la sociedad rural que entiendo como aquella que vive en todo o en parte del campo. Queda también la agricultura, la ganadería y los aprovechamientos forestales de subsistencia, tan importantes en momentos de crisis como los que estamos pasando. Pero el patrón, la vara de medir la belleza del campo que los urbanitas tenemos en la cabeza es la de la cultura rural tradicional. Y ahí está parte del problema y el porque desde el mundo urbano, se denuncia esta falta de concordancia. Si los urbanitas viéramos el campo como escenario vital las cosas serían de otra manera. Prefiero no meterme ahora con el feísmo urbano porque ese es más universal y, por tanto, no tópicamente gallego. Aunque la magnitud del desastre es cualitativamente y cuantitativamente mucho mayor (dentro de unos días tengo que ir a Sevilla y sólo pensar en la torre omnipresente desde cualquier punto de la ciudad me pongo de mal humor) en el feísmo urbano.

La puerta de un ascensor cerrando herméticamente un
cobertizo rural  Casasoá, Maceda  Pablo Fernández en La Voz

El segundo proceso importante que me gustaría abordar se refiere a la relación entre vivienda, territorio y familia. Cuando era estudiante de arquitectura tenía un profesor del que me acuerdo hasta del nombre (Espinosa, no sé qué habrá sido de él) que hizo que la clase se enamorara de un grupo de arquitectos ingleses llamado Archigram (eran los años sesenta). Lo que proponían era una arquitectura industrial de consumo masivo de capsulas desechables, acoplables entre sí según fuera necesario. Lo que salía al final era una especie de monstruo de la razón, pero que nos hizo pensar en la necesidad de que la arquitectura pudiera adaptarse a las necesidades de las familias (vamos a llamarles así) que la habitan y a su evolución en el tiempo. Sin embargo, lo más simple es que si una pareja de urbanitas tienen un bebé y no cuentan con una habitación para cuando crezca un poco, cambien de casa y problema resuelto. Entre otras cosas porque no tendrán sitio donde acoplarle una capsula más a las que ya tienen. Pero, además, porque la capacidad de trasladarse de una sociedad urbana es una de sus características básicas y desmonta, en parte, el concepto de vivienda ampliable. En las ciudades, claro.

Necesitamos otra habitación (capsula adicional)

Pero no sucede lo mismo cuando se trata de una sociedad rural que vive del territorio. No puedes trasladar el territorio. Y, además, normalmente tienes sitio para “acoplarle otra cápsula” en caso de necesidad. De forma que una construcción en el campo no se termina nunca. Hay que dejar la construcción preparada para poder subirle una planta, o que se queden dos habitaciones sin cerrar. Que sí, que si sobra el dinero lo cierro todo. Pero estamos hablando en muchos casos de agricultura o ganadería “de subsistencia” y el nombre nos debería indicar dónde está el problema. A un arquitecto normal le encargan una obra, hace el proyecto, luego la obra se construye, certifica el final y se pide la correspondiente célula de habitabilidad para poder habitar lo construido y engancharla a las redes. El problema es que en una sociedad rural la construcción no se concibe casi nunca como totalmente terminada, tiene “estados intermedios”. Estos estados intermedios no suelen considerarse desde el punto de vista de la arquitectura canónica. Y prefiero no hablar de las construcciones agrícolas complementarias tales como graneros, hórreos, cobertizos, cuadras o almacenes cuyas necesidades cambiantes son tan evidentes que hasta un urbanita las comprende.

Se puede ampliar una cuadra casi con cualquier material
En este caso se “reciclan” los restos de una iglesia románica
No he conseguido averiguar el sitio  Daniel González en La voz

Y eso por no hablar de cuestiones puramente económicas. Hace unos días estuve en el SB14 en Barcelona. Se trata de un Congreso sobre Construcción Sostenible y, aparte de volver totalmente desilusionado y pensando hacer un artículo que se titulara algo así como “El discurso de la sostenibilidad está agotado”, lo que saqué en claro fue que la gente no rehabilitaba porque no se había hecho suficiente publicidad al respecto. Tan peregrina conclusión de una de las mesas más importantes en la que, como fila cero, estaban los directores generales de arquitectura (o similares) de varias comunidades autónomas, me dejó sumido en el desánimo. ¿Pero no se dan cuenta de que la gente no tiene para comer? ¿Y en esas condiciones se van a poner a rehabilitar? Aunque le machaquen en la televisión que en 20 años ahorrarán lo suficiente como para amortizar la inversión, el problema es que no tienen dinero para invertir. Y ese problema no está dentro de veinte años, está en pagar la luz mañana. Eso es lo que sucede con muchas casas “no terminadas” del feísmo galaico. No es que la gente las quiera así, es que esperan mejores tiempos para acabarlas. Van construyendo su vivienda digamos que por etapas en función de sus posibilidades económicas.

Al anuncio de la Xunta publicado en la prensa gallega
“Queremos velo así” (queremos verlo así), muchos le contestaban con esto: 
“Eu tamén, pero non teño cartos” (yo también, pero no tengo dinero)

Ya vamos viendo que el llamado “feísmo” tiene bastantes connotaciones que escapan a un análisis tradicional tanto de la arquitectura como del urbanismo. En una página web llamada Ergosfera (pongo el enlace al final) se pone bastante énfasis en otro elemento que no me gustaría dejar pasar. Toda esta forma de ¿construir? surge, a la vez, en muchos puntos de Galicia. Los ejemplos de las bañeras, los somieres, los carteles publicitarios, los tambores de las lavadores, los edificios sin enfoscar, a medio terminar, con escaleras exteriores sin cubrir, con los pilares al aire, las paradas de los autobuses con sofás de desecho y persianas recicladas, no son algo propio da Terra Chá o de Montes o de As Mariñas, se han ido produciendo casi a la vez en toda Galicia, sin que los medios de comunicación las difundieran (hasta ahora). Se habla entonces por algunos autores de cultura libre, cultura popular ¿inteligencia colectiva?

¡Una pena! no se me ocurrió como ponencia para el SB14
Parada con persianas y sillas, A Veiga, A Bola  X M Fernández en La Voz

El párrafo anterior me sirve de disculpa para tratar de razonar sobre el significado de arquitectura popular, arquitectura culta, paisaje popular, paisaje culto, paisaje urbano, paisaje rural, y tantos otros adjetivos que podrían añadirse a las palabras arquitectura, paisaje o urbanismo. Pero, básicamente, querría centrarme en dos y sin perder mucho tiempo en explicaciones. Aunque no sea fácil de entender, si uno se pregunta en su base profunda de cultura urbana sobre el significado de las formas rurales, las asocia inevitablemente a la naturaleza perdida, al buen salvaje, al uso de los materiales de la zona, a la comunión con la tierra, al lento paso de las estaciones, a la ausencia de reloj. Casi nunca a la contaminación, a los pesticidas, a la degradación del suelo, a la explotación del trabajador, a la pérdida de biodiversidad, al mantenimiento con un coste ecológico desmesurado de un ecosistema en estado de perpetua juventud. Es decir, la vara de medir belleza de los paisajes rurales para el urbanita es el de un paisaje romántico actualmente inexistente (o, por lo menos, yo conozco muy pocos, casi ninguno en Galicia).

A veces se producen extrañas criaturas arquitectónicas
no exentas de cierta belleza  transgresora galiciaenfotos

Bien, como siempre he tardado pero creo que ya puedo abordar el planteamiento que quería. Por supuesto que no he analizado el “feísmo gallego”. Sería necesario un trabajo más profundo (seguro que ya existe alguna tesis, y en caso de no haberla debería hacerse) que desentrañara con evidencias las «tripas» del fenómeno. Sólo trataba de poner al lector de otros lugares como Colombia, Andalucía, Cuba o Extremadura, alejados de nuestra forma de enfocar las cosas, en condiciones de entender un fenómeno bastante local, pero que valida una regla más general: el paisaje no se cambia poniendo multas. Y mucho menos el paisaje rural. La pregunta pertinente sería: ¿Por qué cambiar un paisaje antrópico? A lo que, de forma políticamente correcta, podría responderse: porque la gente lo demanda. La segunda pregunta, no tan pertinente (si la acompañamos de otras bastante impertinentes): ¿Qué gente demanda este cambio? ¿Los que viven en esos entornos? ¿Los qué vienen de afuera, por ejemplo en visitas esporádicas al campo (ese lugar donde los pollos se pasean crudos)? ¿Los turistas? Si el paisaje fuera natural las preguntas serían distintas, pero estamos ante un paisaje creado por humanos resultados de unas condiciones vitales concretas y específicas.

La imagen tópica y externa del “campo” que busca el turista
probablemente se parezca a esta  TysMagazine

¿Realmente es la gente del rural gallego la que demanda un cambio en el paisaje en el que vive? ¿O son los urbanitas, los urbanistas, los arquitectos, los gestores del turismo los que realmente lo demandan? Antes de seguir sólo quiero recalcar que estoy hablando “exclusivamente” del feísmo rural. Entendiendo por tal el paisaje que se produce en aquellos lugares dedicados a la agricultura, la ganadería o los aprovechamientos forestales. No de zonas urbanas, ni «cosas» parecidas, sino de los lugares en los que habita la gente que se dedica a estas labores. Y no tengo nada claro que esta gente quiera cambiar su paisaje. Es más, aunque quiera, en muchos casos no me parece que pueda ni que sea conveniente. Actualmente el rural gallego está absorbiendo una parte de la crisis (como ha hecho históricamente, por otra parte) de la sociedad urbana. Y lo está haciendo con una grandísima dignidad (como siempre) adaptándose con gran rapidez a las circunstancias. Es decir, reciclando, eliminando lo que no es imprescindible, y dejando margen suficiente para evolucionar si las circunstancias personales o globales cambian. O marchándose, que es otra forma igualmente digna de afrontar la crisis, cuyas consecuencias, también relacionadas con el feísmo, no voy a tratar hoy.

La imagen tópica del Camino de Santiago probablemente
se parezca a esta (aparte del cubo de basura)  Marilo Marb en Minube

¿Esto es poco racional? No me lo parece. ¿El resultado en un paisaje feo? Pues mire usted, depende de la vara de medir belleza que utilice. Si es la vara de medir belleza del turista, bastante feo, efectivamente. Pero claro, el turismo (ese gran invento) es la única industria que dicen funciona en este país y hay que cuidarlo, hay que mimarlo. El problema es: ¿A costa de quién? Parece evidente que pasa lo mismo que en protección del patrimonio urbano o natural: a costa del propietario. Y si el propietario no cumple, le obligamos. Y, además, le ponemos una multa. Es decir, al propietario de un curruncho de tierra (o dos) que está consiguiendo mantener a buena parte de una sociedad ociosa (obligada por el paro, por supuesto) con enormes dificultades, le cargamos además con la cruz de que mantenga un paisaje rural canónico que, en la actualidad no es más que un decorado, con el objetivo de que (por ejemplo) el Camino de Santiago atraiga cada vez a mayor cantidad de turistas para que se beneficien algunas operadoras turísticas, frecuentemente radicadas fuera de Galicia, y algo del sector servicios. Lo he dicho muchas veces, no es bueno fiarlo todo a un mismo cultivo. Y el cultivo turístico, tal y como lo conocemos hoy, parece que tiene sus días contados.

La viñeta resume perfectamente el artículo de hoy
O Bichero comentado en El Faro de Vigo 11/06/2013

Ha sido un artículo duro y me ha costado escribirlo, pero todos los que leéis el blog ya sabéis mis ideas sobre el futuro del sector turístico y la actual apuesta económica de priorizarlo a toda costa. Además, en este caso, se produce una alianza con arquitectos (no todos), urbanistas (no todos) y urbanitas en general (casi todos), cuyo concepto romántico del paisaje y su necesidad de crear una cultura estética que abarque a la sociedad entera, se sobrepone a cualquier otra consideración. Los paisajes, y sobre todo los paisajes agrarios, no se crean como la aldea culta que quería la Reina María Antonieta en Versalles o los jardines ingleses cuidados hasta la última hierba para que parezcan naturales. Surgen de unas labores y unas necesidades agrícolas, ganaderas o forestales. Por eso es casi imposible (a menos que se invierta mucho dinero por todos) el mantenimiento de un paisaje cultural agrícola o una arquitectura popular en el medio rural, a menos que se reproduzcan las circunstancias que los originaron. Por eso parece irracional tratar de mantenerlos obligando a los propietarios a hacerlo. Bastante tienen con lo que tienen. Otra cosa distinta son los paisajes urbanos y la arquitectura derivada de las necesidades urbanas. Otro día escribiré sobre ello porque el planteamiento debería ser radicalmente distinto. Probablemente aquí sí las multas tengan algo que decir, pero por otros motivos.

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